jueves, 23 de diciembre de 2010

me enseñaste...

Me enseñaste a no mirar atrás, a dejar el pasado en el olvido. Me enseñaste que la vida es hermosa cuando te dejas llevar. Me enseñaste a ser triunfadora y sobre todo me enseñaste a volar. Pero no me enseñaste a olvidarme de tí, a borrar tus besos de mi piel, no me enseñaste a olvidar las mil caricias que dejaste en mi y dime tú, cómo olvido los recuerdos que dejaste tan dentro de mí. Dime cómo olvido el momento en el que la luna y el mar fueron testigos de un amor, de una entrega total. Dime tú, cómo olvidarme de ti si a cada paso te llevo aquí conmigo. Si te tengo tan dentro de mí que no me puedo olvidar de ti. Enséñame a olvidarte como me olvidaste a mí. Cómo dejo en el pasado los momentos que a tu lado pasé. Dime cómo olvido las palabras de cariño que nunca pude decir. Dime cómo le grito al viento que te regrese junto a mí. Dime cómo lo hago para borrar tu imagen de mi.

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¿Algunos pensaron que pasa cuando viajamos en un avión?
Nos sientan, nos ponen el cinturón de seguridad, nos dan de comer, nos pasan una película, apagan las lucen y nos hacen dormir. Cuando estamos en un avión nos tratan como a bebés.
¿Y por qué hacen eso? Ustedes piensen que muchas personas que viajan en un tubo de aluminio. Todos ponemos nuestra vida en manos de una sola persona: el piloto. Cuando viajamos en un avión somos como bebés que dependemos del piloto, y no podemos hacer nada. Solo dependemos de él y lo que hagan para entretenernos. El bebé llora, y el adulto debe ocuparse de él. Eso no es algo que se enseña, eso se siente. Pero nosotros no somos bebés, ni tampoco estamos a diez mil metros de altura. No dependemos de nadie que nos cuide. Todos podemos ser pilotos de nuestra propia vida.